Yo creo que Emilio qpd tendría alrededor de 7 años, cuando mi mamá se enteró de la existencia de un albergue canino en la colonia Las Águilas. No sé cómo se extendió el hilo comunicativo, pero recuerdo que tenía el número telefónico y llamó, la encargada era una mujer cuyo apellido era Bravo.
Fuimos al sitio, había diversos animales, pues ahí también vivían aves, recuerdo un búho. Escogimos a dos perras de tamaño mediano, la Zorra y la Pirata, ambas hacían honor a su nombre porque la primera parecía un zorro y la segunda, con unamancha en el área de uno de los ojos.
Ambas eran alegres, gustaban de jugar con nosotros y entre ellas, eran muy traviesas y comenzaron a hacer hoyos en el jardín de la casa.
A mi mamá le encantaban, además de los animales, las plantas. Teníamos una jardinera baja en forma de media luna al frente, había sembradas rosa y geranios, mismos que fueron muriendo por causa de las ladradoras.
Pirata era la líder, muy ágil y lista. Una vez, quitó de la mano de mi primo Jesús una paleta de hielo y sabía cómo abrir la chapa de la reja para correr libremente por la calle por un rato.
En ese tiempo, la señora que vivía con nosotros y nos apoyaba en el trabajo doméstico, era una mujer mayor y muy dura, implacable que comenzó a dar zapes a las perras. Mi mamá decidió que era mejor devolverlas al refugio para evitar situaciones en las que alguna de las dos cuadrúpedas resultara lastimada de gravedad.
Recuerdo que el nombre de las perritas me gustaba mucho, a tal grado, que cuando jugábamos a luchar Emilio y yo, nos presentábamos con nombres de los luchadores de moda pero yo adopté el nombre de “Pirata Cuevas”.
A mi hijo y a mí nos deleitaba recordar y solíamos hacerlo al mencionarlas y también, referirnos a los nombres que nos poníamos y el hecho que él dijese que utilizaría sus “armas mortales, que son mis alitas”; nos remontábamos a una época entrañable y llena de ternura.
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