Sus ladridos eran lo contrario a su tamaño; Valentina ladraba con exageración en comparación con su talla, era muy pequeña. Fue muy juguetona, Greta no quería relacionarse con cachorra alguna, pero Valentina hizo honor a su nombre y, con todo el miedo que le producían las miradas y gruñidos de la alfa, practicó la aproximación sucesiva. Fue así, primero se colocaba frente a Greta y caminaba despacio hacia ella, que marcaba la distancia a través de gruñidos; la última vez en la que Valentina , llena de miedo, hizo caso omiso a la advertencia de Greta y llegó hasta ella., La respuesta de Greta fue sorprendente, pues no la agredió sino la lamió. .
A nosotros nos causaba mucha gracia observar a la pequeñísima perrita que no cejó en su intento por entablar una relación de amistad perruna con Greta. Yo creo que tardó varios meses en conseguir que Greta, tras gruñirle, aceptase la cercanía y lamiera su cabeza.
Valentina era la más menuda de las tres perritas y, debido a ello, mi mamá qpd dio más protección y cuidados, sin descuidar el cariño que brindaba a nuestra Greta.
Después de la partida de Perlita, quedaron Greta y Valentina, ambas chihuahuas, negras y caprichosas, la diferencia entre ambas radicaba en que Greta era más grande y fuerte. Ambas se correteaban, dormían juntas.
Una temporada vacacional de verano, fui a pasar unos días al departamento de la Unidad Kennedy y la llevé conmigo. Fue una gran compañía y salía con ella a caminar entre los edificios.
Su nombre se puso de moda entre las niñas, así que cuando platicaba con los alumnos de la escuela sobre mi perrita, nunca faltaba que alguna niña fuese Valentina también y entonces yo les explicaba que era un nombre tan bonito que se lo habíamos puesto a un ser muy querido y a quien cuidábamos con todo nuestro cariño.
Mi papá le decía Tinita; mi mamá, Valentina o Valen.
A Valentina también le gustaba la comida para humanos, pero ella fue más tradicional. Le encantaban los chilaquiles con pollo, queso, crema y cebolla, siempre y cuando no estuviesen muy picantes.
Mi hijo qpd casó con Mary en 2009. En nuestra casa habían tres perritas y una gata. Mary aprendió a convivir con animales domésticos y lo mismo ocurrió con mis nietos.
Así transcurrió la vida de mi apacible y consentida Valentina, siempre muy unida a mis papás, sobre todo a mi mamá. Sería en el año 2015, aproximadamente, cuando detectamos que Valentina tenía una protuberancia en su vientre. La llevamos con la veterinaria, quien nos dijo que mientras no creciera el bulto, no era conveniente practicar una cirugía puesto que el tamaño y la edad de la perrita incrementaban el riesgo. Después, en 2018 hubo otro tumor, se ubicaba en una oreja. La llevamos nuevamente con la veterinaria quien, después de limpiar y curar a Valentina, dio la indicación de que debía recibir curaciones diarias.
Valentina era muy escandalosa, lloraba muy fuerte y se movía con violencia si Emilio o yo intentábamos limpiarle. Sólo se dejaba curar por Marlon, que con toda la paciencia y ternura, le decía: “Mami, a ver, vamos a curarte”.
El último fin de semana de junio de 2019 mi mamá enfermó y tuvimos que dejar solas a nuestras mascotas. El martes 25 de junio falleció mi mamá y al llegar a la casa, Valentina bajó las escaleras, sus ojos estaban opacos y cuando le dije que “mamá ya no va a venir”, ella hizo una expresión de tristeza. A partir de ese día, la perrita comenzó a contraerse por el dolor. La semana siguiente falleció.
He pensado mucho sobre el hecho. Creo que mi mamá y ella establecieron una relación simbiótica y que mi Valentina vivió para ser la compañía de mi madre.
Tere que triste que Valentina haya fallecido la siguiente semana que murió tu mami, que relación tan entrañable tuvieron entre ellas.
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