El 10 de abril de 1998, cumpleaños número 65 de mi papá qpd, se escuchó un trino dentro de la casa, era un canario que se había introducido y, paradito encima de uno de los muebles, cantaba despreocupado.
Mi mamá qpd lo puso en una cajita de plástico transparente a la que habíamos hecho algunas perforaciones para facilitar la respiración del animalito. Emilio qpd y yo fuimos al mercado para comprar una jaula, alpiste, comederos, una tinita y un poco de vaina.
Nosotros, Emilio y yo, propusimos llamarlo Piolín, como el personaje de caricaturas, pero mi mamá afirmó que si había llegado el día del cumpleaños del jefe de la casa, su nombre debía ser Charlie.
Nos entusiasmó tanto la expectativa de contar con los cantos de los pequeños seres emplumados, que nos dimos a la tarea de buscar más. No encontramos canarios, sino pericos australianos, de los que compramos dos parejas, unos verdes y otros azules. No recuerdo si les pusimos nombre a nuestras últimas adquisiciones trinadoras.
Los australianos eran muy escandalosos, parecía que discutían y alardeaban durante el día, eran graciosos.
Charlie les sobrevivió. Todas las mañanas cambiábamos el periódico de la superficie de su jaula, servíamos el alpiste, un poco de leche con pan, lechuga, vaina o cualquier otra fruta, por ejemplo, un pedazo de naranja.
En poco tiempo Charlie se acostumbró a nosotros, no se asustaba cuando introducíamos nuestra mano para cambiar el agua, servir su alimento y estoy segura que se hubiera dejado tocar por nosotros.
Mi papá quería muchísimo a Charlie, lo amaba como el más preciado de los regalos de cumpleaños que le hubieran entregado. Recuerdo que a mediodía, cuando él salía al patio para regar las plantas o tomar el sol, hablaba al canarito con gran ternura.
Charlie fue siempre una tentación para Ágata, lo miraba muy atenta pero no le hizo daño alguno. Yo creo que Ágata controlaba sus instintos y sólo cazaba lagartijas. De los ratones Ágata nunca fue aficionada, hubo una ocasión en la que uno de esos roedores se introdujo a la casa, entonces metimos a Ágata y al estar frente a frente con él, Ágata nos miró como preguntándose qué es lo que debía hacer.
Charlie vivió varios años con nosotros, fue perdiendo habilidades y al final, no saltaba al palito transversal de su jaula, tal vez sus patitas habían perdido la movilidad para afianzarse y mantener el equilibrio.
En el caso de las aves, la certeza de los años vividos no la tengo precisa, aunque no resta la importancia y el cariño que sentimos hacia ellas.
Por mi parte, sé que me quedaré con las ganas de contar entre mis mascotas, a loros hablantines.
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