Llevábamos algunos años de amorosa relación y Gerardo era, como lo fue hasta su partida, mi maestro. Llegó a la escuela un bebé con Síndrome de Edwards. Se trataba de un delgado y pequeño niño que no reaccionaba ante estímulo alguno.
Hice la búsqueda en el libro titulado Genética, obsequio de Gerardo y con una lupa de gran potencia, logré conocer algunas de las características de la trizomía 18.
Me enteré de los rasgos genotípicos y fenotípicos, había tres cromozomas en el lugar correspondiente al par 18, carita semejante a la de un duende, mandíbula inferior angosta, nariz pronunciada, orejas bajas y dedos mal implantados, además, deficiencia mental. ‘
Conocí la situación del niño, pero carecía de las herramientas cognitivas para apoyarlo. Ahí entró la gran sapiencia de Gerardo, quien me explicó que debíamos “construir” las funciones que en el menor estaban adormecidas y, dado que no era capaz de percibir estímulos de manera natural, era necesario magnificarlos; dejábamos caer llantas junto a la colchoneta donde permanecía inmóvil, pasábamos por su campo visual objetos muy llamativos, luminosos y sonoros, lo colocábamos sobre una pelota de playa y levantábamos su cabeza, abrimos sus palmas para que tocara superficies planas, le ayudamos a agarrar objetos, etc. Este trabajo fue largo hasta que por fin, llegó la respuesta originada por el propio alumnito.
Logramos la construcción del reflejo de marcha, eso se hizo a través de un trabajo en pareja, uno sostenía al niño y el otro, movía los pies para provocar que el menor caminase. Para mantenerlo en posición de bipedestación y lograr que el niño avanzara por sí solo, Gerardo colocó un riel en el techo del salón y ahí ensambló un cordón unido a un arnés. El niñito pudo caminar y ejecutar acciones de manipulación de objetos en posición erguida; ese fue un logro parcial, pues no conseguimos que el niño fuese capaz de mantenerse de pie, carecía aún de la fuerza suficiente para sostenerse solo. Sin embargo, sí avanzaba cuando se le tomaba de la mano, logró la prensión palmar y era capaz de seguir instrucciones muy sencillas tales como “agarra” y “suelta”, durante los ejercicios de manipulación de objetos. Lo más emocionante para mí fue, además, que el pequeño logró reconocer a las personas y sonreía al vernos.
La mamá del pequeño estaba realmente feliz y muy agradecida. En mi caso, me sentía orgullosa de ser la pareja de un hombre tan noble e inteligente, cada vez más enamorada.
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