El Trastorno por déficit de atención es un diagnóstico que frecuentemente se da a los niños cuando presentan problemas para regular su comportamiento.
En el desarrollo del hombre, la regulación o control de los impulsos es producto de la construcción social y de la asimilación de las pautas de comportamiento socialmente determinadas, es decir, la sociedad en su conjunto establece las formas de convivencia sanas y armónicas y el niño, a lo largo de su desarrollo, las aprende sobre la base de sus experiencias con los demás.
Sin embargo, hay ocasiones en las que los apoyos sociales no son suficientes porque se trata de niños “difíciles de educar”, como los define Vigotsky.
Cuando se presentan casos como estos, los padres acuden con neurólogos, quienes envían estudios de electroencefalograma para detectar anormalidades en la función cerebral. Gerardo me decía que no existe alteración en el funcionamiento cerebral de los niños con TDA o TDAH, que consiste en la falta de asimilación de las pautas de conducta porque el lenguaje, herramienta fundamental para la construcción y enlace entre las funciones cognitivas, es ineficiente.
Llegó un alumno al 3º grado, presentaba un diagnóstico de TDAH y era medicado con Ritalín. Su nombre, Ángel. En su caso no intervine porque a mí me correspondía la responsabilidad de los más pequeños de la escuela. Sin embargo, pude constatar el cambio que se dio en su comportamiento a partir de la intervención de Gerardo. El chico golpeaba, escupía, mordía, no era capaz de permanecer dentro del aula por mucho tiempo pues sus comportamientos rompían con la estabilidad grupal y su aprendizaje, por lo tanto, era imposible.
Desconozco lo que Gerardo hizo en su totalidad, pero sé que lo fue preparando para permanecer sentado dentro del salón. Primero, caminaba con él a su lado y cuando lo consideraba prudente, el menor era ingresado a su salón durante unos cuantos minutos para volver a salir y caminar de nuevo. El tiempo al interior de su salón se fue ampliando hasta llegar a cumplir con las 4:30 horas de jornada escolar.
Supongo que, mientras caminaban, Gerardo le aconsejaba o modelaba sobre la forma de comportamiento que Ángel debería cumplir dentro y fuera de su salón y la manera de convivencia adecuada.
Gradualmente, a sugerencia de Gerardo, la familia le fue retirando el suministro de Ritalín y su sustituyó con pastillas dulces porque, según afirmaba Gerardo, el medicamento era sólo un placebo, “el niño deposita su buen comportamiento en la pastilla que le dan; cuando la toma, sabe que se portará bien y lo consigue no por el efecto del medicamento sino por su voluntad”.
Llegó el momento en que Ángel logró el autocontrol de su comportamiento sin necesidad de pastillas. Un motivo más para amar y admirar a mi Gerardo.
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