La llegada de los tres Reyes Magos era muy esperada; desde que llegaba la Navidad empezaba la emoción y contaba los días para su arribo.
Todo comenzaba desde que mis
abuelas y mi mamá nos decían, aun vienen en camino, nos mostraban las estrellas
que se veía que venían bajando, entonces decían no se desesperen, el camino es
largo. Pero como buenos padres, nos decían a mi hermana y a mí, se tienen que
portar bien sino, no les dejaran su regalo, así que no quedaba otro remedio que
portarse bien, decían mis papas que los Reyes les escribían una carta para
indicarles en que nos habíamos portado mal, por lo que tanto mi hermana y yo,
nos portábamos muy bien para poder recibir nuestro regalo.
Por supuesto, era regla dejar el
zapato y una carta para los reyes, mis papas eran los encargados de recordarnos
sino hay zapato y carta, los Reyes no vendrán. Nosotras poníamos el zapato más
bonito, bien boleadito y la carta, recuerdo que le ponía colores y hasta dibujo
le hacía a las Reyes (pobres, espero que nunca se hayan espantado de mis
dibujos, pero eso sí sacaba lo mejor del Picasso que traía dentro).
Día 5 de enero, era tal mi alegría
y la curiosidad de conocerlos, que no me querida dormir; con trabajos y
advertencias, pues me iba a dormir. En alguna ocasión nos dijeron que les dejáramos
una galletitas, sin embargo no llegaron a los Reyes porque la perrita que teníamos,
se las comió por ellos, nos dijo mi mamá que le tuvo que dar otra galletas a
los Reyes para que se las fueran comiendo en el camino, porque pobrecitos, tenían
mucho trabajo y obviamente era una botanita para el camino.
¡Ah! pero como me mandaron a
dormir temprano, y era el día tan esperado en mi infancia; yo como relojito, y
todos los días 6 de enero (porque así
fueron todos los años) a las 4 de la madrugada, bajaba corriendo con la ilusión
de encontrarme con mis regalos; una vez que los veía, regresaba a mi habitación
para despertar a mi hermana para que ella también empezara a jugar con sus
regalos. Para no hacer ruido, nos encerrábamos en mi recamara; pero era tal la
agitación del momento, que a esa hora, despertábamos a mi mamá para enseñarle
todo lo que nos habían traído los Reyes Magos; por supuesto nos decía, porque
no se duermen otro ratito; entonces bajábamos la voz, cerrábamos nuestra puerta
y que comience la diversión. Sí, si nos íbamos a dormir como a las 6 de la
mañana pero a las dos horas, continuábamos.
Por la tarde, llegaba la hora de
partir rosca, cabe mencionar que en toda mi vida, siempre me he sacado el
muñequito; situación que a mi madre, ¡no le causaba tanta gracia, verdad!; cada que me sacaba el muñequito, lo primero
que hacia es correr a decirle a mi mamá, porque sentía que era un premio o
regalo, me agradaba. Pero por supuesto, lo que no sabía es que me tocaban los
tamales para el 2 de febrero, jajaja. He tenido tal suerte, que hasta contando
con los dedos de una sola mano, son las veces que no me ha tocado sacar el muñequito.
Con la partida de rosca no se
terminaba el festejo del día de reyes,
al siguiente día; es decir 7 de enero, mi mamá por la noche señalaba hacia el
cielo y nos decía, ven las estrellas de los tres Reyes Magos, ya se van a su
casa , vean como van subiendo.
Muy lindos recuerdos contados con mucha gracia. Me gusta la idea de que si tú sacabas el muñequito cuando estabas chica tu mamá tenia que hacer los tamales. Yo no pude encontrar una rosca chica hoy así que no la pude comer. Todas estaban enormes. Ojalá que hoy hayas encontrado muñequito también!
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