06 enero 2024

A PROPÓSITO DEL DÍA DE REYES, UNA ANÉCDOTA DE MI MADRE


 

    La Ciudad de México ha crecido en extensión y demografía y es difícil imaginarla en la década de 1940.  Sin embargo, intentaré hacer una breve descripción para que nuestras mentes logren recrear la vida en esa época.

   La ciudad era pequeña, los ríos, como el Churubusco, aún corrían libres en la superficie.  Algunas calles contaban con rieles para los tranvías y existían postes por los que se unían las antenas de los trolebuses.

    La zona fabril de la ciudad se hallaba en la colonia Vallejo, donde ahora están los esqueletos de fábricas y esto se debía a que Vallejo era una de las áreas más alejadas de la capital pero no representaba mucho  problema para el transporte de los obreros y demás trabajadores de las manufactureras.

    La colonia Industrial, localizada al norte de la ciudad, era un lugar en el que vivían familias con posibilidades económicas mejores a las  de los empleados, ahí  habitaban comerciantes, empresarios, médicos, arquitectos, ingenieros, etc.

    En la calle Fundidora de Monterrey número 13 vivía la famiia  Camarillo Carbajal; Alfredo y Catalina eran los padres que tenían tres hijos llamados Leonardo de 11 años, Teresita de 8 e Imelda de 4 como fruto de su amor.  Debo aclarar que ambos fueron muy trabajadores, él tenía una gasolinería y ella, que se dedicaba al hogar, ocupaba su tiempo libre en la venta de diferentes artículos, por ejemplo, vestidos y medias para las secretarias y obreras, sombreros , calzado, guantes y otros productos que, según la temporada, constituirían una buena oportunidad para movilizar productos y obtener ganancias. Catalina era una mujer emprendedora, con espíritu independiente y con el compromiso de velar por el bienestar de su madre, Graciana Vergara.

   Al inicio del  año 1944, mientras Leonardo y Teresita jugaban, como todas las tardes, a esconderse en el interior de la casa, ella descubrió algo que no estaba antes y la deslumbró: una muñeca nueva, aún estaba en su estuche; con gran interés y con una ilusión indescriptible, la revisó, los caireles eran castaños, los ojos no eran pintados sino que la muñeca era capaz de cerrar los párpados al moverla y las enormes pestañar  rizadas caían para quedar, al cerrar los ojos, como un lindo  trazo curvo.  Su vestido era de terciopelo guinda que caía graciosamente por las piernas y cubría hasta los talones, sus zapatos negros y muy bonitos.  “Esta muñeca es para mí”, pensó con enorme alegría Teresita quien, tras regresar a su sitio a la mujercita articulada, se propuso no comentar el hallazgo y esperar el momento de estrecharla entre sus brazos el Día de Reyes.

   Al llegar la ansiada mañana, Leonardo encontró en la sala de su casa una bicicleta, a Imelda le trajeron unos muñecos de esos que hacen ruidos al oprimir la panza y la sorpresa fue enorme para Teresita, que encontró unos patines.

   Como era costumre, los niños salían a la calle para jugar y mostrar los obsequios que los magos les dejaron en la madrugada.  Teresita salió a la calle con sus patines, se sentía decepcionada porque se había imaginado arrullando y cantando canciones de cuna a la muñeca.  

   Teresita avanzó rápido sobre las ruedas que yacían debajo de sus zapatos para detenerse frente a una vecina, otra niña más o menos de su edad, que cargaba amorosamente a un bebé.  Miró a la vecinita quien, feliz en exceso, mostró el regalo de los reyes y entonces, con un arrebato de ira, Teresita la desprendió de las manos de la niña al tiempo que dijo: “Esa muñeca es mía; la vi en mi casa”.  La pequeña mamá lloró y quiso recuperar a su hijita, pero Teresita le dio un golpe.

    Creo que se debió hacer un gran escándalo porque Alfredo acudió al lugar, puso en orden las cosas, tomó a Teresita de la mano y la llevó a un almacén para comprar una muñeca que fuera para ella.


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