En mi adolescencia, una vez terminada la lectura de la obra pedagógica de Juan Jacobo Rousseau, decidí que mi hijo se llamaría así. El significado del nombre es bondad y aseguro que la virtud más grande de Emilio fue su nobleza, su bonomía. Mi hijo falleció a los 37 años de edad, en la plenitud de la vida para muchos y que, desafortunadamente, se truncó de manera intempestiva para él.
Hoy fui al panteón para corroborar que los floreros, arruinados por no sé qué acto humano desalmado, estuvieran ya puestos en su lugar.
Mi sorpresa fue enorme cuando Marlon, gran amigo y mis ojos, me informó que seguía igual, es decir, la gaveta de Emilio en malas condiciones. Por supuesto, fui a las oficinas de aquel sitio a exigir una explicación y una acción inmediata,.
Sé que los panteones, al igual que las farmacias, tintorerías, refaccionarias, hospitales, tlapalerías y otros giros de negocio son eso, negocios y su meta es ganar dinero.
Un panteón es el lugar en el que descansan o se encuentran los familiares y amigos fallecidos,, el lugar sagrado para nosotros como supervivientes o deudos.
Cada vez que nos dirigimos hacia el lugar en donde está el cuerpo de Emilio, yo pienso que vamos a visitarlo, que iremos a su casa, porque es ahí donde está desde septiembre de 2019.
El compromiso de quienes son los dueños del negocio que se enriquece lucrando con el dolor y las pérdidas humanas debiera ser sensible, es decir, si bien lo que interesa a los empresarios es incrementar sus ganancias, deberían garantizar que estarán al pendiente de tumbas y gavetas porque, a fin de cuentas, es como un fraccionamiento residencial para féretros.
Sugerí a la señorita que me atendió que externara al gerente de la empresa que capacitara bien a los empleados, que les brinden cursos de motivación hacia el trabajo y práctica de empatía, porque es necesario que logren imaginar el dolor que provoca saber que nuestros más preciados familiares están abandonados y su lugar de reposo, en pésimas condiciones..
El dolor que me provoca este descuido es enorme, una desea que la casa de los nuestros tenga todas las comodidades y lo mismo respecto a los que nos faltan, una espera que el sitio en que se hallan nuestros difuntos esté limpio, agradable y que, al estar ahí, podamos experimentar un estado de tranquilidad, confianza y nos de resignación y conforte los espíritus, el de quien reposa dentro del ataúd y el nuestro.
Cuando un hijo muere, el dolor es infinito, una respira existe y, aunque permanece una en este mundo sin una razón; se debe continuar; hay que reaprender y revalorar lo que hay a nuestro alrededor, extender las manos para asirse de familiares y amigas y del compañero, del apoyo tanatológico para aceptar que se esfumaron proyectos e ilusiones para elaborar nuevos, una aprende a vivir con el dolor y la ausencia a echar mano de la imaginación para convivir, sentir, amar, y tener cerca a mi Emilio, de otra manera, a distancia.
No pensar en los ausentes que, sin necesidad de que sean familiares es una cruel omisión, somos merecedores de toda la comprensión,
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