La frase anterior era repetida por varias madres de familia en el siglo pasado. A través de ella se refleja una ideología propia de los años 1900.
El papel de la mujer en la vida económica de la sociedad ha avanzado tanto, que en la actualidad existen jefaturas, gerencias, direcciones y propiedades a cargo de mujeres y sus subordinados pertenecen a ambos sexos sin que represente un desdoro para los hombres.
El siglo pasado no era tan común que las mujeres casadas tuviesen algún empleo formal, recuerdo que algunas madres de familia se dedicaban en su casa, a la manufactura de artesanías (flores de migajón, figuras de papel maché, a la elaboración de prendas tejidas a mano o en máquinas tejedoras, a vender productos por catálogo, etc.) para completar el “gasto” que les daba su esposo o para tener un dinero para ellas..
Una ideología es el conjunto de creencias que se ponen en práctica y reflejan los pensamientos y posturas de un lugar o de una época.
Durante gran parte del siglo XX privó la ideología machista, que es la qu otorga autoridad y superioridad al varón por encima de las mujeres, quienes debían dedicarse al cuidado de los hijos y del hogar. Sin embargo, la mujer siempre ha sido parte importante en el devenir histórico mundial a través de sus aportaciones artísticas, científicas, políticas y los demás ámbitos de la vida social, económica y cultural.
Una vez terminada mi introducción al tema del machismo, inicio con la anécdota que solía platicarnos mí madre en la que se retrata el desequilibrio valoral entre hombres y mujeres en la época machista. La autoridad de muchas mujeres en la dinámica familiar era tan poco significativa que hasta sus hijos decían la frase intimidatoria a sus madres.
“TE VOY A ACUSAR CON MI PAPÁ”
Al interior de la casa ubicada en Fundidora de Monterrey número 13, los niños jugaban, Leonardo y Teresita corrían de un lado a otro, el juego de “Los encantados” era su preferido y la pequeña Imelda intentaba correr a la par de ellos. El juego era divertido y ambos se mostraban considerados con su hermanita, cuya velocidad y precisión en sus zancadas era incipiente. Por ello, le permitían que los tocase para quedar anclados en el lugar hasta que el otro, raudo, lo desencantase.
Catalina confiaba en que sus hijos, traviesos y muy activos, ejercitasen sus cuerpos y le dieran un rato de tranquilidad.
En la sala familiar estaba Catalina con cinco amigas, todas vecinas de casas aledañas; al patio llegaba el rumor de la charla de las mujeres, risas y murmullos, mensajes expresados en voz tan baja que sería difícil comprender aún para el más avezado en el arte de descifrar mensajes y códigos verbales.
De repente, Leonardo lanzó una exclamación, la intención fue detener la carrera de sus hermanas y dijo: “Teresa, mi mamá está comiendo con sus amigas”.
Teresita recordó la habitación destinada para el almacenamiento de víveres, se dirigió a ella, contó las latas y salió de la habitación. Luego, con un banco entre sus manos, se encaminó hacia la ventana de la sala y lo colocó sobre el piso; primero subió el pié derecho, luego el izquierdo y con sus manos sobre el alféizar, se asomó, vio a las mujeres departir con desenfado mientras hundían las cucharas en los pequeños platitos hondos. La sangre circuló más rápido por sus venas hasta llegar a su cara que, enrojecida por la impotencia y el coraje, hizo mover sus labios para lanzar la amenaza: “¡Cuando llegue mi papá a la casa te acusaré porque te estás comiendo nuestros duraznos!”.
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