El destino nos unió, nuestros caminos se juntaron cuando él llegó a la escuela en la que yo laboraba. Me decía que me había visto cuando, de prisa, salí de la dirección y casi choqué con él.
En la escuela de educación especial se daba atención educativa a chicos desde los 45 días de nacidos, que en ese tiempo se denominaba “intervención temprana”, preescolar y primaria, además se brindaba capacitación para el trabajo a los estudiantes a partir del 5º grado..
La secuencia en el curso del trabajo escolarizado dependía de la capacidad de los alumnos, si eran susceptibles al aprendizaje de la lectoescritura, cursaban los seis grados de primaria y si no era así, al concluir el 2º grado eran ubicados en 5º para iniciar conla capacitación en los diferentes talleres que, si no recuerdo mal, eran carpintería, belleza, cocina, artesanía y electricidad.
Mi primer trabajo fue ahí, había llegado a la escuela casi un año antes y conocía a algunos alumnos que, debido a su circunstancia, eran notables.
Nat, con autismo de 3º grado, resaltaba pues sus movimientos estereotipados , el balanceo corporal y los sonidos guturales eran constantes, además de carecer de autocontrol de los impulsos, de ahí que fuese común que quitara comida y bebida a sus compañeros con mucha frecuencia.
Bueno, Gerardo tomó el caso de Nat y en dos meses consiguió que el niño siguiera instrucciones, por ejemplo, cuando iba a ejecutar alguna acción que pusiera en riesgo su integridad o la de alguno de sus compañeros, Gerardo sólo decía “manos” e inmediatamente Nat metía las manos en los bolsillos de su pantalón. También aprendió a utilizar señas para comunicar sus necesidades primarias, es decir, hacía señas para decir que quería comer, beber, dormir, jugar, etc. Con Gerardo, aprendió a echar la pelota a la canasta y a respetar turnos, porque en un principio, eran sólo él y el psicólogo, pero poco a poco fueron integrando a más compañeros en el juego.
Lo que me dejó sorprendida, enternecida y muy admirada fue una ocasión en la que Nat se despidió de Gerardo con un beso. Yo quedé sorprendida, admirada por la gran capacidad para conectar con los niños, darse a querer y sobre todo, para lograr cambios tan positivos mientras desarrollaba un lazo de unión afectiva con ellos.
Gerardo era muy serio, la comunicación con las maestras era poca y evitaba fiestas, reuniones o cualquier otro tipo de contacto. Sin embargo, a mí me causó una admiración infinita su técnica y su profesionalismo, por lo que el día que vi a Nat darle un beso, yo también le quise dar uno.
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