Las canciones nos transportan a lugares y épocas, son las puertas que se abren para introducirnos a tiempos idos y a experiencias vividas hace poco o mucho tiempo.
A pesar de haber estudiado inglés, nunca pude entender la pronunciación de las canciones en aquel idioma y sólo fui capaz de traducir frases sueltas. Tal vez por eso prefiero las que son en español.
Recuerdo que a mi papá le gustaban los tangos, la trova yucateca, los boleros y la música de Agustín Lara. Yo tendría unos cinco años cuando, maravillada, lo ví cantar “Volver” y lo admiré mucho porque me pareció que lo hacía excepcionalmente.
Mi madre cantaba “Morenita mía”, “Amor chiquito”, “Y volveré”, “Rosas en el mar” y otras más.
A mi hijo, que era versátil musicalmente hablando, le encantaba la música disco, el rock, rock en español, pop en español, etc. Lo recuerdo, entonces, casi todo el tiempo en que escucho música.
Desde que iniciamos nuestra historia de amor
Gerardo y yo, solíamos enviarnos canciones en las que se expresaba una idea, un
mensaje, un deseo. Gerardo decía que
teníamos cuatro temas, las canciones “Búscame” con Sergio y Estíbaliz, “Tengo mucho qué aprender de tí”
con Emanuel y, con Roberto Carlos, “Cóncavo y convexo”, además de “Cama y mesa”. Yo me sentía verdaderamente amada cuando me compartía la canción "Bella", de Mijares.
Por mi parte, le envié “Cómo has hecho?” de Doménico Modugno, “Toda una vida” con María Dolores Pradera, “Razón de vivir” con Mercedes Sosa, “Coincidir” de Pablo Milanés y “Obsesión” con Miguel Mateos.
Ahora paso gran parte del tiempo escuchando música con la finalidad de recordar sucesos y revivir momentos acontecidos con mis ausentes.
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