El abrazar al destino, aceptar los sucesos que nos ocurren sean buenos o malos, es algo que debo practicar porque aún me enfrento a la inconformidad de lo que pasa en mi vida.
El egoísmo, presente en muchos de los humanos e inmenso en mí, me provoca una gama de sensaciones y sentimientos que sólo me hacen daño porque con ellos no puedo regresar a los que ya no están aquí.
Aceptar las partidas sin despedida de mis más entrañables amores, el de mi madre y el de mi hijo, hace más de cuatro años; ahora el de mi compañero de vida.
El hecho de que hayan regresado a su origen, a ser almas, constituye un golpe violento para mí y ahora debo aferrarme a los recuerdos, a intentar revivir, a través de la imaginación, los momentos vividos con ellos.
Gerardo fue un hombre extraordinario, yo solía decirle que era mágico por los éxitos en las intervenciones psicológicas que realizó a lo largo de su vida profesional. A mí me parecía increíble que fuese capaz de lograr en niños con discapacidades, transformaciones que sólo alguien dotado con un don podría.
Como dijo mi hermano anoche, él tocó muchas vidas y ayudó a mejorarlas; me incluyo y como un acto de amor eterno, pondré en orden mis emociones y acomodaré mis recuerdos porque sé que eso es lo que él desea.
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