24 enero 2024

A DISTANCIA

 

A DISTANCIA

   Sólo tuve tiempo de comenzar el ciclo escolar en la escuela de educación especial. 

     La directora que yo había conocido, mi primera directora desde el inicio de mi labor docente, dejó su función para ir a radicar al extranjero; quien llegó en su lugar, una mujer que cambió su liderazgo, provenía de una USAER.  Como es natural, desconocía al personal y a mí me colocó como” ayudante” de una compañera; considero que esto se debió a mi discapacidad visual.

   Yo solicité un cambio, mismo que me fue otorgado y así fue como emprendí una nueva etapa.

   Con los estudios concluidos en el posgrado de la UNAM, Psicología con orientación en educación especial, se me encomendó la asesoría a docentes, padres y el trabajo con los alumnos con ceguera o debilidad visual.  Durante un ciclo escolar recorrí escuelas y di seguimiento a la evolución de los chicos, aconsejé a padres y maestras, además de hacer investigación pues hubo algunos casos que sobrepasaron mis habilidades y conocimientos, por ejemplo, el caso de un niño sordo-ciego. 

   En una escuela primaria del noreste de la ciudad de México laboré por más de diez años.  Un ciclo escolar llegó al 2º grado un niño con diagnóstico de Trastorno por déficit de atención con hiperactividad.  Era un remolino, no permanecía sentado, no seguía instrucciones y el respeto a los demás era inexistente, quitaba los refrigerios, golpeaba a sus compañeros y maestra, destruía el material, etc...

   De mis charlas con Gerardo, lancé una hipótesis: los diagnósticos neurológicos sólo dan explicación al mal comportamiento, pero no ofrecen soluciones y los padres, abrumados, dejan de insistir en la corrección conductual de sus hijos al tiempo que depositan en el medicamento todo el poder y la autoridad, además de la esperanza de una transformación en la actuación de su vástago.  Esta hipótesis complementaba la idea defendida por Gerardo en su tesis de licenciatura en psicología educativa en la que pone énfasis en la ineficacia del lenguaje como herramienta.

   Un día, después de comentarle sobre las acciones del alumno, él me sugirió que sería recomendable involucrar al grupo para corregir el comportamiento del niño.  Me explicó que la intervención grupal sería lo único que podría contener la impulsividad del menor. 

   Al día siguiente, llegué a la escuela con un cuadro de actividades esperadas, les propuse a los alumnos que intentasen cumplir con las cinco conductas positivas y que daría un dulce a quienes las ejecutaran y, además, si lograban que todos cumplieran, serían dos dulces de premio. 

   A la semana, aproximadamente, se había alcanzado la meta.  El chico alcanzó el buen comportamiento.

 

 

 

1 comentario:

  1. Es una vergüenza que siendo maestra la directora no apoye a las personas con discapacidad de cualquier tipo, deberían tener un curso de empatía y respeto a los demás. Me emociona querida Piqui que tú con esas dificultades, porque te pusieron trabas y te hacían discriminación, increíble que eso no se acabé, pero demostraste que eras mejor y con mayor capacidad que los que dicen estar sanos, es más, esas personas si tienen una discapacidad de personalidad y carecen de inteligencia

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