12 abril 2024

PALACIO LEGISLATIVO, COLORINES Y AZOTADORES

 

 



   A raíz de la reforma política que se llevó a cabo en 1977 y el consecuente incremento de la cantidad de quienes supuestamente representan a la población y tienen como función la legislativa, que consiste en revisar y crear leyes que conduzcan el comportamiento de los mexicanos en consonancia con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, además de aprobar presupuestos gubernamentales, se elevó el número de diputados, de 184 a 400. El recinto que ocupaban esos “paladines” se localizaba en el Centro Histórico del entonces Distrito Federal.  Los insensibles "servidores públicos" determinaron apoderarse del terreno ocupado por la Secundaria 112, que tenía varios años de brindar el servicio educativo a los adolescentes oriundos de la zona de la Merced y de La Candelaria.

 Como consecuencia del aumento del número de funcionarios, se hizo necesario reubicarlos y ¡qué mejor que construir un recinto exclusivo para ellos!

   En esa época, vivíamos en la unidad Kennedy, el edificio se ubica en la calle Cecilio Robelo, entre Francisco del Paso y Nicolás León.  Era un área bonita, agradable a la vista, pues había una enorme superficie rectangular en medio de los edificios que le servían de marco.  Si una se paraba de frente a la unidad habitacional, se podía ver que después del espacio vacío, había un par de edificios que eran una especie de prolongación de los dos lados laterales del cuadrilátero con un espacio arbolado entre ellos, el 311 y el 315, con tres entradas y ocho departamentos por entrada, dando un total de 28 viviendas por edificio; más adelante, se observaba un espacio menos grande, con piso y bancas, lo que daba una sensación de amplitud. 

El terreno que abarcaba la “tierra roja” tuvo varias funciones que transformaron su aspecto.

  

   Mi familia se mudó a la unidad cuando yo tendría unos dos o tres años, en 1967 o 1968.  Solíamos llamar a ese terreno “tierra roja”, no había nada en él, sólo tierra de color rojizo. 

   Unos tres años después, el lugar fue habilitado como cancha de fútbol y cada fin de semana niños de ambos sexos, jóvenes y hombres se enfrentaban a través del “juego del hombre”, como decía el cronista deportivo Ángel Fernández, de quien recuerdo que, además de gritar el gol hasta que el aire de sus pulmones se extinguía, decía “me pongo de pie” ante jugadas impresionantes.

   Creo recordar que mis hermanos jugaban en equipos infantiles.  El uso del espacio como sitio deportivo de recreación duró algunos años, no tengo preciso la cantidad porque después mi mamá y mi hermano, junto con otra familia del edificio 315, se dieron a la tarea de plantar árboles. 

   En la Unidad Kennedy había jacarandas y colorines; los jardineros de la Unidad Kénnedy podaban y dejaban las ramas para que, al día siguiente, el camión de la basura se los llevara.

   Los colorines son árboles bonitos, sus flores, cual pequeñas espadas rojas, son comestibles y crecen sin necesidad de muchos cuidados.  Sin embargo, los colorines no eran de mi agrado a pesar del hermoso tono rojo de las vainas puesto que, en primavera y verano, los colorines se llenaban de azotadores, gusanos extremadamente grandes, desagradables y perniciosos que, a veces, caían al piso o sobre los transeúntes que pasaban debajo de alguna rama.

 

 

 Como lo anoté antes, algunos de los miembros de dos familias, la mía y la de Rodolfo, que vivíamos en las entradas C, una del 311 y la otra, del 315, recogían las ramas de colorín y las incrustaban en la tierra para luego regar y con ello, asegurar el crecimiento de los árboles.

   Así se transformó el lugar en un pequeño parque, sólo le hacía falta que colocasen bancas.

   Éramos felices, teníamos un área verde dentro de la unidad, además de los jardines que los habitantes de los departamentos de las plantas bajas de todos los edificios de la unidad, en el que habían plantas con flores como rosales, geranios, lirios, camelias, margaritas, helechos y lindas enredaderas al borde de las rejas, arbustos e incluso, árboles como nochebuenas, pinos e higueras; lo mejor era que estaba al costado izquierdo de nuestro edificio.

   En 1977 se comenzó a hablar de la construcción de la Cámara de diputados, la ubicarían en Eduardo Molina, a la altura del metro San Lázaro. 

   Mi mamá se organizó con algunos vecinos de los edificios de la calle Cecilio Robelo para defender nuestro parque.  Se hicieron oficios llenos de firmas que mi mamá y otra vecina llevaron no sé a dónde, ahora supongo que a la entonces recién creada Delegación Venustiano Carranza. 

   El trabajo de arbolar el enorme jardín, de las cartas a funcionarios y yo me imagino, a diputados, fue inútil. 

   Un mal día por la mañana, el enorme jardín amaneció sin árboles y con excavaciones para colocar cimientos.

   No recuerdo bien, no logro asociar hechos para identificar el año en que la Secundaria Ricardo Flores Magón comenzó con las actividades educativas en las que los alumnos de la Secundaria 112, provenientes de La Merced y La Candelaria, fueron enviados a continuar sus estudios en un lugar alejado de sus domicilios y que, seguramente, debían abordar el metro o subir a un camión para llegar a la nueva escuela que, por cierto, es más pequeña que el antiguo Plantel.  Tal vez fue en 1980 o 1981.

   Los alumnos de la secundaria 112 fueron enviados al Plantel recién construido que había ocupado un espacio dentro de la Unidad Kennedy.  Eso lo vivimos como un abuso, pues no sólo utilizaron el espacio arbolado, también se apoderaron de parte de los pasillos que formaban el antiguo perímetro rectangular.

   A partir de entonces, esa parte de la Unidad incrementó su inseguridad, pues los edificios quedaron escondidos, el tránsito por los pasillos se volvió más estrecho y, sinceramente, esa área perdió su antiguo encanto.

   Y yo me repito desde entonces un par de preguntas: ¿Hubo algún beneficio en la construcción de un recinto para quienes sólo van a dormir, a pelear, a ganar dinero por no trabajar y a vivir del erario olvidándose de la encomienda que se les dio a través del voto?  ¿Valió la pena la destrucción de una superficie que daba alegría a los habitantes de la zona de la colonia Jardín Balbuena?   

   De esto hace más de 40 años y cada vez que me cuestiono, con gran tristeza me respondo negativamente a ambas   preguntas.

  SOFÍA BASSI, SU VIDA SURREALISTA    El arte plástico es algo que no llamó mi atención.   Sin embargo, el escuchar nombres que se menci...